Beneficios médicos de la práctica musical
Las lesiones entre los músicos son muy frecuentes.
Ello resulta sorprendente, incluso para los propios intérpretes.
Es por ese motivo que, cuando un especialista en medicina
del arte es invitado a un medio de comunicación, lo más habitual es que se le interrogue
sobre los riesgos que entraña esta actividad. A menudo, al finalizar la entrevista,
uno tiene la sensación de que, más que fomentar la prevención de las lesiones,
lo que se ha conseguido es prevenir a los padres para que no lleven sus hijos a
las escuelas de música.
Así, aunque sigue siendo necesario explicar por qué se
producen estas lesiones y, sobretodo, cómo se pueden evitar, cada vez tengo más
la necesidad de incluir en mis intervenciones mediáticas algún mensaje positivo;
aunque raramente se me interrogue específicamente sobre ello. No se trata de
menospreciar los riesgos de la práctica instrumental.
Pero tampoco hay que olvidar sus grandes beneficios. Dicho de forma sencilla,
tocar un instrumento tiene grandes beneficios psicológicos, culturales,
sociales, e incluso, médicos.
Y, aunque frecuentemente conlleve ciertos
padecimientos físicos, estos pueden prevenirse. Así que, hoy, por favor,
déjenme desahogarme.
Déjenme que les hable de los beneficios de la práctica
instrumental. Ya que estos son numerosos, me centraré, casi exclusivamente, en
los de tipo médico.
Sabemos que cualquier proceso de aprendizaje comporta
cambios en nuestro organismo. Estos cambios se aprecian en el sistema nervioso
y, si el entrenamiento realizado conlleva cierta carga física, también en el
musculo esquelético y cardio vascular.
Así, las funciones cerebrales relacionadas con la
percepción y ejecución de la música, como es lógico, están más desarrolladas en
los que han recibido formación en este terreno.
Los músicos procesan la información musical de forma
más rápida y precisa. Ello se consigue mediante un aumento del tamaño de las
áreas cerebrales encargadas de estas tareas y una mejora en las conexiones neuronales
responsables de la percepción y La producción del sonido. ¿Pero, estos cambios
sólo son útiles para la ejecución y la percepción musical o comportan también
ventajas en otros terrenos?
Existen evidencias de que los campos del lenguaje y la
música están estrechamente interconectados. Incluso sabemos que comparten
numerosas áreas cerebrales. Es por ello que no nos debería sorprender la existencia
de estudios científicos que demuestran como los sujetos entrenados en el terreno
musical muestran mayores habilidades y capacidades en el lenguaje. Sabemos que
estas personas construyen y perciben mejor el lenguaje, aprenden más fácilmente
La propia lengua, entienden y aprenden mejor las lenguas extranjeras y son
claramente mejores en lectura.
Hay estudios que demuestran que aquellas personas de
más de 65 años que participan en actividades musicales tienen mejor calidad de
vida. Su mejor capacidad de discriminación de los sonidos les permite, además,
ser más eficientes En la comprensión de las conversaciones en ambientes
ruidosos, un problema que suele aumentar con la edad y que en los músicos lo hace
en menor grado. Los efectos beneficiosos de la práctica musical sobre el lenguaje
son tan evidentes que ya se está utilizando el entrenamiento musical como herramienta
de mejora de trastornos del habla y del lenguaje. Así, por ejemplo, se está Probando
con éxito en trastornos como la dislexia.
El aprendizaje musical es tan específico que las
habilidades que se adquieren al tocar no repercuten de forma clara y directa
sobre otras actividades. Aprender a tocar el piano no nos permite
automáticamente poder tocar la guitarra o ser mejores escribiendo en el teclado
del ordenador. Sin embargo, sí que se ha constatado que los músicos tienen más
facilidades para nuevos aprendizajes motores. Sabemos que las áreas cerebrales encargadas
de los movimientos de las manos se vuelven, con el tiempo, un poco más grandes
en los músicos. En los individuos no entrenados musicalmente, las áreas
corticales cerebrales correspondientes a la mano dominante (el hemisferio
izquierdo en los diestros) es claramente mayor al contra lateral.
En cambio, en el caso de los músicos, debido a una
mayor equidad en el uso de ambas manos, esta diferencia tiende a desvanecerse.
Estos cambios en el tamaño de las zonas cerebrales
también se observan en las encargadas de la visión y la audición. El cuerpo
calloso, la estructura neuronal encargada de inter comunicar los dos hemisferios
del cerebro y, por lo tanto, responsable de la coordinación de tareas y
habilidades también tiene mayor tamaño en los músicos. Estos cambios en el
tamaño cerebral se deben a que el proceso de aprendizaje estimula las células
nerviosas. Ello, en consecuencia, aumenta su número y densidad y comporta que se
establezcan mayor número de conexiones entre ellas situando al músico en
mejores condiciones para adaptarse y aprender. Los estudios existentes nos
muestran, además, que tales cambios ya son visibles después de
Poco
más de un año de iniciado el entrenamiento musical. Es tanto más evidentes cuanto
más joven se ha iniciado la práctica instrumental y más tiempo se ha mantenido esta.
Se ha visto que, para que estas mejoras persistan durante toda la vida, es necesario
tan solo 3 años de educación musical.
Además,
aunque los beneficios serán mayores si este trabajo empieza a edades tempranas,
las mejorías también se observan si el entrenamiento musical empieza en la edad
adulta.
Existe
la duda de si algunas de estas diferencias pudieran ya existir antes de empezar
la práctica instrumental y que, por lo tanto, estos cambios y los beneficios
que de ellos se derivan no fueran realmente producto de la actividad musical.
También se ha discutido si el ambiente musicalmente enriquecido al que está
sometido el músico en su niñez pudiera representar también un factor relevante.
Es por
ello que diversos estudios han analizado esta posibilidad. Las conclusiones son
claras: los niños que escogen estudiar un instrumento no lo hacen por el hecho
de estar especialmente dotados previamente o tengan unos cerebros organizados
de forma diferente a los demás. Las diferencias observadas, por lo tanto, son
debidas al entrenamiento musical intensivo y no a cualidades biológicas
preexistentes o al contexto cultural en que crece la persona.
Los
beneficios médicos de la práctica instrumental no sólo se centran en la mejora de
las habilidades y la capacidad de aprendizaje.
Existen
cambios que inciden en el estado de salud y la calidad de vida. Vamos a poner
sólo algún ejemplo. Como es sabido, la edad tiene un efecto deletéreo para nuestro
cerebro. Con el paso de los años perdemos células nerviosas. Sin embargo, se ha
observado que el entrenamiento musical precoz contribuye a evitar o minimizar estas
pérdidas. Se ha comprobado, por ejemplo, que los músicos de orquesta no manifiestan
el mismo grado de pérdida de volumen cerebral que manifestamos todas las
personas al envejecer. También son menos susceptibles a la degeneración
neuronal haciéndoles menos propensos a la demencia. Memoria no verbal,
procesamiento ejecutivo o capacidad para nombrar objetos que los no músicos.
Por
último, permítanme citar, muy sucintamente, alguno de los beneficios
psicológicos de la práctica instrumental. Hay estudios que demuestran que
aquellas personas de más de 65 años que participan en actividades musicales
tienen mejor calidad de vida.
Ello se
debe, entre otros factores, al hecho de que tocar les da mayor autoestima, les
hace sentir competentes e independientes, tienen menor sensación de aislamiento
y soledad y les ayuda a no preocuparse tanto por sus problemas.
Por lo
tanto, todos a tocar o a cantar. Ello nos hará más felices, más sanos y más capacitados
para adaptarnos a este mundo cambiante. No sirve la excusa de no sentirse talentoso
para la música. Es evidente que si a uno no le gusta tocar no hace falta forzar
la situación. Pero sabemos que estos beneficios no sólo los obtienen los
músicos de alto nivel. Cualquier persona los puede obtener.
Tampoco
parece relevante el tipo de instrumento tocado.
El canto también ofrece los mismos beneficios. Por lo tanto, empiecen el aprendizaje
musical lo antes posible y prolónguenlo cuanto más tiempo mejor a lo largo de
sus vida. Es una buena inversión.
Es
cierto que una gran parte de los niños (o adultos) que inicien el aprendizaje
musical lo acabarán dejando antes de lo deseado. Pero, incluso ellos se
beneficiarán, a lo largo del resto de sus vidas, de los cambios que este aprendizaje
habrá comportado. Poco más de un año de iniciado el entrenamiento musical. Es
tanto más evidentes cuanto más joven se ha iniciado la práctica instrumental y
más tiempo se ha mantenido esta. Se ha visto que, para que estas mejoras persistan
durante toda la vida, es necesario tan solo 3 años de educación musical.
Además,
aunque los beneficios serán mayores si este trabajo empieza a edades tempranas,
las mejorías también se observan si el entrenamiento musical empieza en la edad
adulta.
Existe
la duda de si algunas de estas diferencias pudieran ya existir antes de empezar
la práctica instrumental y que, por lo tanto, estos cambios y los beneficios
que de ellos se derivan no fueran realmente producto de la actividad musical.
También se ha discutido si el ambiente musicalmente enriquecido al que está
sometido el músico en su niñez pudiera representar también un factor relevante.
Es por
ello que diversos estudios han analizado esta posibilidad. Las conclusiones son
claras: los niños que escogen estudiar un instrumento no lo hacen por el hecho
de estar especialmente dotados previamente o tengan unos cerebros organizados
de forma diferente a los demás. Las diferencias observadas, por lo tanto, son
debidas al entrenamiento musical intensivo y no a cualidades biológicas
preexistentes o al contexto cultural en que crece la persona.
Los
beneficios médicos de la práctica instrumental no sólo se centran en la mejora de
las habilidades y la capacidad de aprendizaje.
Existen
cambios que inciden en el estado de salud y la calidad de vida. Vamos a poner
sólo algún ejemplo. Como es sabido, la edad tiene un efecto deletéreo para nuestro
cerebro. Con el paso de los años perdemos células nerviosas. Sin embargo, se ha
observado que el entrenamiento musical precoz contribuye a evitar o minimizar estas
pérdidas. Se ha comprobado, por ejemplo, que los músicos de orquesta no manifiestan
el mismo grado de pérdida de volumen cerebral que manifestamos todas las
personas al envejecer. También son menos susceptibles a la degeneración haciéndoles
menos propensos a la demencia.
Los músicos
de entre 60 y 83 años que han tocado al menos 10 años, tienen mejor memoria no verbal,
procesamiento ejecutivo o capacidad para nombrar objetos que los no músicos.
Por último, permítanme citar, muy sucintamente, alguno de los beneficios
psicológicos de la práctica instrumental. Hay estudios que demuestran que
aquellas personas de más de 65 años que participan en actividades musicales
tienen mejor calidad de vida.
Ello se
debe, entre otros factores, al hecho de que tocar les da mayor autoestima, les
hace sentir competentes e independientes, tienen menor sensación de aislamiento
y soledad y les ayuda a no preocuparse tanto por sus problemas.
Por lo
tanto, todos a tocar o a cantar. Ello nos hará más felices, más sanos y más capacitados
para adaptarnos a este mundo cambiante. No sirve la excusa de no sentirse talentoso
para la música. Es evidente que si a uno no le gusta tocar no hace falta forzar
la situación. Pero sabemos que estos beneficios no sólo los obtienen los
músicos de alto nivel. Cualquier persona los puede obtener.
Tampoco
parece relevante el tipo de instrumento tocado. El canto también ofrece los
mismos beneficios. Por lo tanto, empiecen aprendizaje musical lo antes posible y
prolónguenlo cuanto más tiempo mejor a lo largo de sus vida. Es una buena
inversión.
Es cierto
que una gran parte de los niños (o adultos) que inicien el aprendizaje musical
lo acabarán dejando antes de lo deseado. Pero, incluso ellos se beneficiarán, a
lo largo del resto de sus vidas, de los cambios que este aprendizaje habrá
comportado.
Jaume
Rosset i Llobet
Director
médico del Institut de Fisiologia i
Medicina
de l’Art-Terrassa. Director de la
Fundació
Ciència i Art.
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